viernes, 22 de octubre de 2010

23:59








La luna ilumina un amasijo de luces y cemento que desaparece a toda velocidad en el horizonte tras la ventanilla empañada del vagón del tren. Un zumbido eléctrico es la única compañía que ha tenido en las seis horas de viaje. Decide ir al baño para refrescarse. Trastabillando, consigue llegar.
Cierra la puerta y mete la cara debajo del grifo intentando despejarse. En ese preciso instante, la luz -impersonal e indiferente a todo cuanto ocurre a su alrededor-, le muestra la despiadada realidad. Su cuerpo no proyecta sombra alguna. Alza la vista y tampoco ve su reflejo en el espejo.
 Las 23:59 y los únicos testigos de su desgracia son una pintada obscena y un chicle verde fosilizado pegado en la pared. Mientras un sudor frío le recorre lentamente la espalda, se pregunta si todo se debe a un efecto óptico provocado por el parpadear epiléptico de la luz. La única respuesta que obtiene es la burla del incesante zumbido eléctrico…